Capítulos 9, 10, 11, 12 y 13.-

CAPITULO IX:


La insondable mente de Leonella permanecía paralizada en aquel tenebroso día, cuando inexplicablemente Quijote había desaparecido.-
Tanto era el énfasis puesto por la niña en aquel suceso que el doctor Woodford, al igual que todos aquellos que la habían atendido, entraba en una encrucijada, determinar si el relato se correspondía con la verdad o era solamente una travesura, que, para no darla a conocer, Leonella la había dado como cierta, cayendo por ello, en esa profunda depresión que la atormentaba día a día.-
Una gruesa capa azul oscuro que llegaba hasta el piso, cubría la tétrica figura del psiquiatra, quien, además llevaba un traje de alpaca inglesa, color marrón con finas rayas verticales de un beige claro, rematando todo con una gruesa corbata de seda casi negra sobre una camisa blanca pero de cuellos no muy limpios ni derechos.-
Lentamente, comenzó a levantarse de su sillón, y dirigiéndose hacia el amplio y antiguo escritorio, repasó con la mirada las caras de los atónitos padres de Leonella.-
Sin ninguna amabilidad visible, haciendo un movimiento lateral con su mano derecha casi abierta, les insinuó que se sentaran en las viejas sillas que enfrentaban el escritorio, que a simple vista, se podía percibir que eran muy antiguas.-
Meticulosamente lustrado, y con un grueso vidrio que lo cubría, extrañamente, nada había encima del escritorio.-
Ni fotos, ni recuerdos, ni lámparas, ni lápices, ni papeles.-
Absolutamente nada obstruía la mirada penetrante que el doctor les propinaba a los padres de la niña.-
El estilo antiguo de las sillas, con una pana verde muy gastada y en determinados lugares, hasta desgarrada les resultó incómodas a la hora de sentarse, pero sin molestarse, ambos lo hicieron, y se quedaron mirando al impenetrable psiquiatra en busca de una respuesta.-
Con voz baja, casi imperceptible, comenzó a relatar los hechos según él los entendía.-
-¡La situación es absolutamente clara, pero no por ello deja de ser difícil!- asintió con crudeza el doctor Woodford.-
-¡Tenemos una clara situación de una personalidad manejada por la fortaleza adquirida en todos estos años por culpa de complacer todos sus caprichos.- Nada ni nadie puede llegar a cambiarle la gran imaginación que la niña extiende a lo largo de toda su conversación, al punto que el relato lo vive como propio, instalándose ella misma dentro de él, haciendo real una situación completamente irreal!-
-¡Probablemente!- continuó diciendo el Dr. -¡haya temido tanto al castigo que ustedes podrían haberle infringido ante la pérdida del animal, o, simplemente el hecho de no tenerlo más a su lado, la haya angustiado tanto, que cayó en la irrealidad de un relato que asumió como absolutamente cierto, entrando por ello, en esa profunda depresión que la proyecta a una situación por momentos casi vegetativa o para decirlo más exactamente, en un autismo incipiente!-
-¡Comencemos a develar el misterio!- insinuó en doctor.-
-¿Aquel día, o algún otro anterior, ustedes habían tenido alguna fuerte discusión con Leonella, verdad?-
-¡Creo que sí!- asintió Cheryl -¡pero no ha de haber sido para tanto como para que Leonella haya dejado escapar a Quijote, o aún peor, que haya querido tomar represalias con él!-
-¡Allí está la cuestión!- interrumpió el doctor, -¡Leonella ama a sus padres, pero también ama a su mascota.- Ante la amargura que le ocasionó la discusión con ustedes y al no poder demostrarles la enorme disconformidad que sentía, lo único que le quedaba, era mostrar represalias con alguien, a quien también quería mucho, pero que en definitiva nunca iba a poder cuestionarle nada y por supuesto, ese era Quijote!-
-¿Pero, entonces, usted está insinuando que Leonella dejó escapar al perro y luego armó toda esa parodia para evitar el castigo?- preguntó el padre asombrado y continuó -¡es imposible, ella amaba a ese animal, era como el hermano que nunca tuvo!-
-¡Además!- interrumpió Cheryl -¡el perro vivía totalmente pegado a mi hija y donde iba uno iba el otro, definitivamente, es imposible, que aunque lo haya soltado, Quijote se haya ido!-
Tomándose la barbilla con la mano derecha, Woodford reflexionó.-
-¡Analicemos el estado del tiempo en ese día, hacía un frío extremo y comenzaba a caer una gran cantidad de nieve, lo cual, podría haber provocado una importante desorientación del animal hasta llegar a perderse, y luego, con el clima en esas condiciones, podría haber…….!-
-¿Muerto?- preguntó Alan.-
-¡No lo creo!- continuó, -¡estaba preparado físicamente para soportar un día con esas características, era un perro grande y lanudo, además habría encontrado muy fácilmente el camino a casa, o algún vecino lo habría visto, es un poblado muy chico, y casi todos nos conocemos muy bien!-
-¡Nadie, pero nadie, dijo haberlo visto y lo que es peor, la gran mayoría que aún pasa por esa esquina asegura escuchar los aullidos del animal!-
-¿Pero, usted que está insinuando, que la historia de la niña es real?- comentó el doctor exaltado.-
-¡Si yo sabía que ustedes apañaban esa novelita de adolescentes ni siquiera habría intervenido, soy un sicólogo de larga trayectoria!- dijo con voz lo suficientemente alterada y continuó -¡si así lo prefieren, asistan a una sesión espiritista, pero nunca a un sicólogo razonable y de renombre como yo, ¡¡¡¡que me van a decir mis otros pacientes, que soy un curandero!-
Visiblemente enojado, se puso de pié y comenzó a caminar por toda la habitación ante la mirada atónita de los padres de Leonella.-
-¡Realmente es inexplicable!- siguió refunfuñando -¡tanto a sido el engaño que provocó esta travesura que hasta ustedes creen en esa comedia de espíritus y desaparecidos, una cosa es que Leonella se lo crea, ya que toda su vida ha sido caprichosa, y siempre ha logrado obtener lo que quería desde esa posición, y otra muy distinta es que los mismos padres, quienes deberían tener conciencia de la realidad, asuman como propio algo que a la luz de la ciencia es totalmente desechable!-
Mientras continuaba hablando, la voz se hacía más fuerte, las manos eran revoleadas en el aire y un apreciable tic nervioso le afloró en la cara, provocando que cerrara intermitentemente el ojo izquierdo.-
-¡Si insisten en creerle a ella, mi intervención, está demás, solo si ustedes me apoyan podremos continuar hasta el fondo da la cuestión y seguramente, vivo o muerto, Quijote va a aparecer!-
Ambos padres, se miraron sin saber que decirse, con miedo a perder la oportunidad que un sicólogo de la calidad del doctor Woodford se hiciera cargo de las situación, aunque, por otro lado seguían con la incertidumbre de no poder dejar de creer el relato tan firmemente contado por su hija, a la cual sin duda alguna, amaban profundamente.-
-¡Está bien!- insistió el padre,
-¡Dejaremos que intente develar el misterio, nosotros no vamos a intervenir para nada, pero, solamente por un tiempo prudencial, no queremos que estas sesiones le hagan más daño a nuestra hija, solo ansiamos que nuestra vidas, siga el curso normal que tenía hace algunos años!-
-¡Deseamos que Leonella vuelva a ser feliz y alegre como entonces!-
-¿Cómo saber si al llegar al fondo de esta cuestión, no caerá en un profundo pozo psicológico irreversible?- preguntó la madre.-
-¡Eso queda por mi cuenta!- aseveró Woodford.-
-¡La niña ni se enterará lo que diga, ya que todo se producirá bajó un profundo influjo hipnótico, el único que sabrá la verdad, seré yo!-
-¡Una vez concluido con las sesiones, veremos que tratamiento hemos de continuar!- concluyó el psiquiatra.-
Volviéndose al sillón donde Leonella dormía profundamente, y con voz profunda le ordenó.-
-¡Despierta!-
Poco a poco la niña comenzó a abrir los ojos sin entender que había pasado ni donde estaba.-
Por un lateral de la habitación, y sin que mediara gesto alguno por parte del sicólogo, se abrió la puerta por donde habían ingresado, y la vieja mujer, enfundada en su vestido rojo levantó el dedo índice hacia afuera del consultorio en clara intimación a abandonarlo.-
Cuando Alan se dio vuelta para saludar al doctor Woodford, éste ya se había retirado por otra puerta, sin decir nada, ni siquiera saludar, concluyendo su partida con un estrepitoso portazo.-
Atravesaron la puerta caminando detrás de la anciana y volvieron a cruzar el mismo pasillo que al principio, salvo, que al llegar a la puerta que eventualmente los llevaría al hall de entrada, sorpresivamente, al abrirla, se encontraron en la calle.-
Alan, en un gesto de incredulidad e intentando ser simpático se dirigió a la mujer y le dijo -¡esta casa está llena de sorpresas! ¿No?-
La mujer lo miró y con un gesto de inconfundible molestia le dijo:
-¡Usted no imagina todas las rarezas que hay aquí!- y violentamente les cerró la puerta en la cara, dejándolos a los tres en la calle sin saber que decir.-
De vuelta al poblado, mientras Alan manejaba, Leonella volvió a sumirse en un pesado sueño, mientras que los padres, sin decir una palabra se preguntaban si aquel misterioso doctor Woodford podría develar el misterio que a todos molestaba.-
Lo que no sabían, era que la misteriosa casona del psiquiatra y que el mismísimo doctor, estarían íntimamente ligados con aquel trágico suceso que viviera su hija.-
La ruta era larga hasta la casa y mientras que la neblina amenazaba con cerrarles el paso, en todo el trayecto no cruzaron ni sobrepasaron a ningún otro vehículo, parecía como si nadie quisiera entrar ni salir del poblado.-
El sordo ruido del motor era lo único que se escuchaba.-
El sol se había escondido, y densos nubarrones presagiaban una fuerte tormenta.-
¿Sería capaz el doctor Henry Woodford de llegar al fondo de la cuestión?
El tiempo diría la verdad, ahora solo faltaba esperar.-


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CAPITULO X:

Al poco tiempo de llegar al poblado, Allan se dirigió velozmente hasta la capilla en busca del padre George, quien habría intercedido con el sicólogo para que se hiciera cargo de la situación. -
-¡George, George!- gritó Allan desde el jardín de entrada.-
La pesada puerta de madera de la capilla se abrió dejando ver la inmensa silueta en su atuendo clásico de sotana marrón oscuro del cura.-
Alan se acercó a la puerta y sin pedir permiso, casi como atropellando al cura, ingresó a la casa mientras que hablaba en voz alta.-
-¡George, acabamos de regresar del consultorio del sicólogo que nos has recomendado y realmente estamos muy confundidos, nos ha tratado bastante mal y no lo vemos como solución al problema!-
El cura cerró la puerta y siguió los pasos apurados del padre de Leonella.-
-¡Allan, Allan, no te apures, dale tiempo al tiempo, seguramente, luego de conocerlo un poco mejor, vas a entender porqué él te ha tratado de esa forma, y lo comenzarás a soportar.- Todo es cuestión de darle el tiempo suficiente.- El más que nadie va a entender la situación, y sabrá orientarlos en como aceptar los sucesos y fundamentalmente, comprenderá por lo que está pasando Leonella.- ¬Confía en mi Allan, sé lo que te digo y porqué te lo digo, estoy convencido que no los defraudará.- Mi consejo de amigo, es que deben hacer lo que él les diga, sin cuestionamientos!.-
-¡George, solo por ti y por la confianza que te tenemos, vamos a seguir asistiendo a este doctor, pero si vemos que Leonella no progresa seguramente lo dejaremos, y no solo es mi opinión, también estoy apoyado por Cheryl, sabes tú que ambos queremos terminar con esta instancia que está desarmando nuestras vidas!-
-¡Seguramente que es así, además, tu sabes como aprecio a tu esposa, y cuánto quiero a tu hija, así que también yo deseo que se recupere y lo más pronto posible, sabes bien que el poblado ha perdido la alegría diaria que Leonella nos brindaba con su sonrisa!- Respondió el Padre George Hill con cierta tristeza, casi como sabiendo de antemano que no existía solución posible ante tal realidad.-
¬Leonella parecía estar condenada a vivir con esa pesadilla por el resto de su vida, fue la idea que por un momento se le cruzó por la cabeza al simpático cura, pero también le dio pié a la posibilidad que realmente sea todo un invento y que en algún momento, todo volviera a la normalidad luego que se aclarasen algunos puntos.-
Pero, aunque quería mostrarse optimista, siempre rondaba en su mente que la niña no estaba mintiendo.-
De acuerdo a las experiencias vividas, casi apostaba a la veracidad del relato, pero tenía miedo que Allan y Cheryl se enteraran de ciertas cosas que solo él sabía, y que lo único que haría sería asustar más a la pequeña.-
Pasaron algunas semanas, y el estado de Leonella no se modificaba a pesar de asistir periódicamente y sin faltas a las sesiones que el doctor Woodford les había impuesto.-
No solo debía asistir la niña, también los padres eran citados en forma independientes, sin que se cruzaran las visitas, lo que significaba una gran predisposición de parte de éstos, ya que en determinados días debían restarle tiempo a sus obligaciones realizando un gran sacrificio, el cual no sumaba importancia, siempre y cuando la salud de su hija así lo requiriera.-
Pero con el correr del tiempo, comenzaron a darse cuenta que la situación no cambiaba, y que no solo no desaparecía la idea fija de Leonella sobre la desaparición del animal, sino que se afirmaba cada vez más, produciendo esto una desazón familiar que llevaba a replantearse si en método utilizado por este doctor era realmente positivo.-
Nuevamente Allan acudió al cura George. –
Con la pipa encendida, Alan se sentó pesadamente en un pequeño sillón dentro de la habitación del cura.-
George, tratando de no ser descortés y sin que se diera cuenta su amigo, hacía viento con las manos para que el pesado humo circulara.-
Cada tanto, cuando Alan lo miraba, se hacía en distraído y esbozaba una sonrisa, dejando quietas las manos, pero todo volvía a suceder en cuanto Alan dirigía la mirada hacia otro sector de la habitación.-
-¡George, hay cosas que no están claras con respecto al doctor que nos recomendaras.-
Creemos que no solo no ha avanzado sobre el problema de Leo, sino que es casi obvio que la situación se ha vuelto más difícil y que con el correr de las sesiones, se complica aún más!- replicó Allan a un cura silencioso y particularmente distraído, con más atención a tratar de sacarse el humo de encima que a escuchar las palabras del padre de Leonella.-¬
-¡George!- casi gritó Allan demostrando un estado de neurosis ajeno a su comportamiento habitual¬.-
-¡Me asustas! exclamó el enorme cura, dando un gran paso hacia atrás.-
-¡No creo que la cosa sea para tanto, solo es cuestión de tiempo.- Debes tener paciencia amigo!- dijo George a la vez que miraba hacia arriba como restándole importancia al suceso, mientras el denso humo comenzaba a llenar la parte superior de la habitación.-
Un ojo del imponente cura miraba al techo, y con el otro trataba de atisbar el gesto molesto del padre de Leonella, preguntándose si sería correcto decirle la verdad o todavía era muy pronto.- ¬
Tratando de no preocupar más al desorbitado padre de la niña, George determinó que aún no iba a decirle el secreto que durante tantos años habla sabido guardar, aunque interiormente reconocía que en algún momento debería romper su silencio y explicarle los motivos por el cual él creía que este sicólogo sería el más apropiado para tratar a Leonella.¬
Una vez concluida la conversación, Allan se retiró de la habitación del cura, siempre con la pipa entre sus labios.-
No alcanzó a llegar al auto cuando desde la capilla se escucharon las ventanas abrirse violentamente.- Alan se detuvo, giró su cabeza y observó al cura moviendo desesperadamente las manos tratando de sacar el humo que a esa altura había invadido casi toda la capilla.-
Subió a su auto, miró detenidamente la pipa y en la cara se le dibujó una sonrisa.-
Los días seguían sucediéndose sin registrar cambios.-
Leonella continuaba retraída dentro de sí misma.-
Allan y Cheryl trataban de rehacer su vida encauzando las labores cotidianas de manera que estas ocuparan cada vez mas sus mentes evitando de esta manera pensar en los tristes acontecimientos que llevaran la vida de la familia a un estado de caos del que cada vez les seria más difícil salir.-
Quijote seguía sin aparecer, ni vivo ni muerto.-
Los amigos de la niña se alejaban cada vez más, dejándola en una situación difícil de superar.-
Había perdido los últimos años de la escuela, y no había signos de mejoría en su estado.-
No obstante dentro del seno familiar, aún existía la ilusión de retornar a la vida anterior, aunque sabían casi con certeza, que esto sería imposible. -


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CAPITULO XI:

Una gran tormenta con negros nubarrones se perfilaba sobre el marítimo horizonte de Glew, vaticinando una poco apacible jornada sobre el poblado.-
Allan pensó en Leonella.-
Justamente, hacia unas horas la había dejado donde el doctor Woodford para su consulta habitual y por razones laborales, él habría tenido que regresar al poblado.-
Pero al ver la tormenta que se acercaba, optó por regresar a la ciudad a buscar a su hija.-
El camino se le hizo más tedioso que de costumbre, tal vez por la premura del caso, tal vez por la certidumbre que la niña seguiría igual que siempre, hecho éste que lo atormentaba desde el primer día que la dejó en manos del oscuro siquiatra. -
Media tarde y ya comenzaba a desgranar el otoño sus primeras hojas marchitas, que una a una ganaban inexorablemente las calles por donde el auto de Allan atravesaba a gran velocidad, haciéndolas volar por todas partes.¬-
Casi con un ruido ensordecedor a cubiertas frenó su automóvil frente al consultorio del sicólogo, descendiendo rápidamente de él, como si quisiera ganarle a la lluvia.-
¬Con gran fuerza golpeó la enorme puerta de la vieja casona, y con un inusitado asombro vio como la anciana mujer de siempre, enfundada en el mismo vestido de todos los días, y con la misma poca amabilidad, abría el pesado portal.¬-
Sin presentaciones previas, y casi empujándola, como devolviéndole las pocas atenciones recibidas, atravesó el ingreso, llegando al hall lleno de enormes puertas.-
Corno adivinando cual era la correspondiente, arriesgó un picaporte y ágilmente penetró a la oficina del doctor.-
Grande fue su sorpresa, cuando comprobó que allí no había nadie.-
Volvió sobre sus pasos, y abrió nuevamente la misma puerta por la que había entrado, solo que ahora, ésta daba al jardín donde días atrás estuviera con su mujer.-
¬Sin intentar entender todos estos repentinos cambios, comenzó a llamar a Leonella.-
Primero con voz suave, y a medida que se comenzaba a inquietar, subía el tono hasta llegar a una especie de grito que ni él llegaba a entender.-
Como no había nadie para responderle, bajó los escalones que separaban la galería del jardín y se adentró en él, siguiendo el pequeño camino de cuidadas piedritas multicolores.¬-
Apenas comenzó a caminar, y en un recodo, bajo un pequeño árbol, encontró al sicólogo junto a la niña.-
Ella se encontraba visiblemente en un trance que le provocaba una somnolencia difícil de salir.- Estaba sentada en una silla de hierro propia de jardín y a su lado, permanecía de pié el renombrado doctor en sicología.-
-¡Woodford!- gritó Allan fuera de sí.-
El doctor giró sobre sí mismo, y con su enorme humanidad, todo transpirado dijo con voz profunda:
-¡No se mueva, usted no debería estar aquí.-
Necesito privacidad para llegar al fondo de la cuestión, gracias a Leonella podré saber la verdad, y nada ni nadie lo va a impedir!-
Con estas últimas palabras caminó decididamente hacia Allan y con un empujón muy poco ortodoxo, trató de persuadirlo a retirarse, lo que provocó en éste una profunda ira.-
-¡Usted no es doctor, trata de aprovecharse de la situación para estar cerca de mi hija y no se lo voy a permitir!- exclamó Allan con gran enojo.-
Tratando de avanzar hacia Leonella, fue firmemente detenido por una descomunal fuerza que partía de la tiesa mano del doctor.-
-¡Entiendo lo que está pensando, pero nunca estuvo más equivocado!- exclamó el sicólogo.-
-¡Antes de hablar, debería informarse mejor, pero si lo que quiere es llevarse a la niña, es mejor que lo haga ya!-
Terminó de hablar, dio media vuelta y desapareció en una curva del pequeño camino del jardín.-
¬AIlan trató de seguirlo para pedirle alguna explicación, y fue mayúscula su sorpresa cuando al llegar a la misma curva, se encontró con una sólida pared de cemento.- El doctor Woodford, literalmente, habla desaparecido.-
Retrocedió alzó a su hija con sus manos, y desandando el camino llegó a la puerta del jardín.-
Resignado por la certeza que al atravesarla, no sabía donde saldría, la empujó con un pié sin soltar a Leonella.-
Mayúsculo fue su asombro cuando al cruzarla, se encontró directamente en la calle, frente a su auto.-
Todo parecía un sueño del que le era difícil despertar, así que acomodó a su hija en el asiento delantero, encendió el motor y apuró su viejo auto, atravesó la ciudad y en minutos se encontró en la ruta, de regreso a su hogar.-
En tanto manejaba, muchas cosas cruzaban por su mente, pero primordialmente una lo apuraba, y era la de pedirle al cura George muchas explicaciones. –
Todas la que hasta ahora nadie le habría querido decir.-
Las gomas del pesado vehículo volvieron a chirriar de manera inusual frente a la capilla del gran cura George.-
Leonella ya estaba en su casa descansando y Allan pretendía serias explicaciones.-
La alta figura de Allan casi sale por la ventanilla, tal era su apuro que el tiempo casi no le alcanza para abrir la puerta. -
Apenas su pié izquierdo se posó sobre la verde vereda del jardín circundante a la capilla, comenzó a vociferar el nombre del cura, quien entre asustado y asombrado, salió corriendo de la sacristía dando un gran portazo tras de sí.-
La gran puerta de madera finamente labrada, se cerró estrepitosamente provocando que en el interior se desprenda un pedazo de mampostería.-
-¡Allan, me has dado un susto descomunal!-
-¿Se puede saber a que se debe semejante ira?- Preguntó el Padre George en tanto apuntaba hacia Allan con su amenazador dedo índice.-
-¡Me debes una explicación!- sentenció el padre de Leonella casi con furia,
-¡Y esta vez, no te vas a escapar por las ramas, quiero la verdad, y estoy convencido que tú ya la sabes, esa casa… la de tu famoso siquiatra está enloquecida, ingresas por la misma puerta y sales a varios lados distintos, la mujer es una vieja repelente y malhumorada y él es un loco pedante y soberbio con más cosas raras que normales!.-
El suspiro del gran George se profundizó aún más.-
Con un gesto sereno lo invitó a entrar a la sacristía, donde tendrían un poco de privacidad.-
A pesar que afuera no había nadie, la tranquilidad del interior, permitiría al cura explicar con algún pequeño detalle los sucesos acontecidos.-
Y tal vez, solo tal vez, tranquilizar al preocupadísimo padre de Leonella que sin saberlo, había asistido a uno de los eventos más trascendentales de su vida, marcando un antes y un después, pero aún sin poder comprender la situación.-
¬El gran George, sirvió en una enorme copa de cristal, una generosa medida de coñac barato, de una cosecha incierta, pero que, para la situación, vendría perfectamente bien.-
Se la alcanzó a Allan a quien el corazón le vibraba más allá de sus posibilidades, como queriendo salirse de su lugar.-
Una profunda respiración, el estar en un lugar un poco más tranquilo, y luego de unos cortos tragos de coñac, la calma comenzó a ganarle a la desdicha. -
¡George, por favor no me mientas, no ocultes nada, dime toda la verdad¬!-
-¡Allan, tranquilízate, no te puedo ocultar absolutamente nada y aunque no quiero, trataré de explicarte la situación, pero no creo que la entiendas, y temo que salgas más perturbado que antes!-
Dicho esto, el padre de Leonella, se acomodó en el sillón y se prestó a escuchar con suma atención toda la historia que le tenía preparada el cura George, aunque desde su interior, temía no poder creerle absolutamente nada.-
¬El día comenzaba a expirar.-
Las luces de la noche titilaban como luciérnagas ganando a la oscuridad.-
A lo lejos, un perro ladraba ferozmente.-
Más cerca, un reloj marcaba la hora, pero para Allan y el cura George, eso no importaba.-
Ellos estaban más allá de nuestro tiempo.-
Ellos comenzaban a desandar una historia poco creíble, pero al fin y al cabo, era una historia que los tenía atrapados en una agobiante realidad, confundiéndolos entre verdad y ficción, entre amarguras y desdichas, hundiéndolos en la desazón diaria de convivir con un problema que ambos querían desconocer, pero que al fin y al cabo, existía y ninguno podía negarlo.-
¬El coñac se comenzó a calentar entre las manos de Allan, y sorbo tras sorbo, se prestó a oír las narraciones del enorme cura George.-
La noche recién comenzaba, y ninguno de los dos se imaginaba cuan larga iba a ser. -

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Capítulo XII:

La oscuridad ganó lentamente la calle, uno que otro farol alumbraba penosamente las esquinas de aquel periférico barrio del poblado donde se encontraba la capilla.-
El interior solo estaba iluminado por pequeñas lámparas ubicadas sobre el altar, alzándose majestuoso con una sencilla pero magnífica decoración en mármoles importados, de impecable color blanco.-
La ornamentación distaba mucho de ser lujosa, pero no dejaba de tener un exquisito gusto por la delicada disposición de todo lo que lo rodeaba.-
Un enorme candelabro de bronce, prolijamente lustrado, con una gran vela encendida se mostraba imponente sobre la pared derecha del altar, justo delante de una angosta puerta que conectaba al salón principal con la sacristía, detrás de la cual estaba la pequeña pero confortable casa donde el gran George pasaba sus días entre misas y descansos.¬-
Allí se dirigieron ambos con la enorme copa de coñac aún sin terminar.-
Allan se sentó sobre lo que normalmente es la cama del sacerdote, convertida durante el día en cómodo sofá, dejó la copa en una especie de pequeño cajón que durante las noches oficia de mesa de luz, y miró fijamente sin decir nada a los ojos de la enorme estructura que aún se encontraba de pié.-
El cura George intentó romper el hielo dibujando una pequeña y falsa sonrisa.¬-
Allan, debemos serenarnos!- dijo suavemente el Padre George, rompiendo el silencio que comenzaba a ganar la noche.¬-
-¡Tú has nacido en este poblado, vienes de una familia de buena posición económica, has concretado una excelente vida familiar, con una gran moral, sabiendo dar lugar a cada cosa, separando lo necesario de lo superfluo, lo normal de aquello que no lo es, has sabido balancear las cosas materiales de las espirituales, y por todo eso, tu familia, siempre estuvo unida y supo afrontar las tristezas y capitalizar las alegrías!-
-¡Tú eres el pilar de una pequeña sociedad con la que el resto del poblado se siente identificado pero, el trabajo y el esfuerzo de llevar la casa adelante, no te ha permitido ahondar en ciertas cosas que suceden a nuestro alrededor, y que mucha gente de menos capacidad económica, conoce!-
-¡Tómalo como folklore, como anécdota, o tal vez como historias de un pequeño pueblo que durante siglos estuvo al margen de las grandes urbes, fortaleciéndose entre vecinos a la vera de cuentos nocturnos, supersticiones de algún lugareño muy antiguo, o realidades contadas a medias, dejadas sin terminar, tal vez por miedo, tal vez por ignorancia, o tal vez sea solo por creer que siempre se trataba de un cuento, aunque muchos de aquí sepamos que más allá de lo irreal de esos relatos, se esconde un trasfondo de misterio y por que no, de algo que pueda ser probable, que pudiera ser real!-
-¡Un momento!- se alarmó Allan, no querrás decir que...!-
-¡Exacto!- exclamó resoplando el cura George.
-¡Hay cosas que se comentan que sucedieron hace mucho tiempo atrás, y que nadie ha sabido explicar con certeza, es más, nadie ha tenido la valentía de enfrentarse a una búsqueda concreta de la verdad, quedando todo como un relato de lunáticos!-
-¡No me digas que el doctor Woodford....!-
-¡Veo que nos vamos entendiendo!- suspiró la enorme masa ósea envuelta en su tradicional sotana marrón.-
-¡El doctor Woodford, fue uno de los últimos en padecer en carne propia una situación parecida a la tuya hace ya muchos años, y no con un animal, sino con una persona, que no estaba loca, ni era una niña, ni era caprichosa, ni tenía ningún padecimiento que permitiera pensar en una mentira.-
Ella era su esposa, una excelente mujer, que junto a él se afincó en el poblado, intentando lograr la vida de serenidad que no lograban en la gran ciudad!-
-¡Me estás volviendo loco!- exclamó exaltado Allan, quien aún no salía de su asombro.
-¡Escucha con tranquilidad y seguramente comprenderás! Replicó George.-
-¡El vivió en este poblado durante algunos años integrándose perfectamente con el resto de la comunidad, y llegó a tener gran prestigio como sicólogo.-
Una noche de frío invierno, ambos salieron a pasear por las calles del poblado rumbo al centro comercial.-
El frío era intenso y la ventisca se comenzó a sentir con más crudeza que de costumbre, siendo inusitada para esa época del año.-
No obstante, continuaron paseando, entrando de tanto en tanto en algún recodo que alguna casa proporcionase de manera de refugiarse del crudo frío que imprevistamente se estaba desatando!-
-¿Pero, si hacía tanto frío, para que salieron?- Preguntó con el ceño fruncido por el relato el padre de Leonella.¬-
-¡Déjame terminar Allan, no seas impaciente.-
Cuando ellos salieron, ni se imaginaban las inclemencias del tiempo del que serian víctimas.- Pero lo que tampoco se imaginaban, era que la vida les iba a jugar una mala pasada, igual que a ti.-
A poco de caminar en estas condiciones, decidieron volver a la casa, y enfrentando al tiempo, retomaron el camino que habrían andado.-
Al llegar a una esquina, una enorme masa de nieve y viento los alcanzó, haciendo que los dos se juntaran en un fuerte abrazo.-
Así caminaron varias cuadras, hasta que por motivos que nunca nadie supo, su mujer, inseparable y amada compañera, desapareció de entre sus manos!-
¡¡¡¡Noooo!!!!, exclamó el padre de Leonella casi exaltado.-
-¡No me vengas con cuentitos de hadas ni de brujas, no me puedes decir que le pasó lo mismo que a Quijote, y que seguramente hay una puerta a otra dimensión y que…….¡ NO ¡ no me lo vas a hacer creer, somos dos personas adultas y esas estupideces las podemos dejar para los chicos, para que se asusten antes de ir a dormir, pero no a mí!-
-¡Efectivamente!- Concretó el cura.-
-¡¬Igual que Quijote, con excepción que se trataba de su propia esposa, y que desapareció de sus propios brazos.-
-¡Ahh, y es bueno aclarar que no se trata de otra dimensión es otra cosa.- remató el cura.-
-¡Como te darás cuenta, la desesperación de este hombre no tuvo límites, llegando a acudir a la policía del lugar, quienes se abocaron inmediatamente a la búsqueda que definitivamente fue infructuosa!-
-¡Continúa, continúa que este cuentito raya con lo cómico!- Exclamó sonriendo Allan.¬-
-¡Lamentablemente, nadie le creyó!-
-¡Yo tampoco!-
-¡Ssshhh, cállate y déjame terminar, el punto es que terminó sospechado de haber asesinado a su propia esposa, y pasó algunos días en la cárcel!-
-¡Por supuesto, esto no duró mucho, ya que nunca apareció ni la esposa ni el cadáver, por lo que, sin pruebas, la policía no tuvo más remedio que liberarlo, el pobre hombre, después de esa pesadilla, quedó sumido en un estado depresivo durante muchos años, preguntando día tras día a quien se le cruzara, si no la hablan visto!-
-¡Luego, cansado de buscar, y de que la gente del lugar lo tomaran por loco, se mudó a Londres, donde continúa hoy día con la misma búsqueda!-
Alan tomó la copa de coñac, bebió dos sorbos muy largos, la volvió a dejar en el cajón, se recostó a todo lo largo del sillón y comenzó a hablar solo.-
-¡Doctor, ayúdeme, he venido a explicarle que todos los que están a mi alrededor están locos, mi perro, mi hija, el cura, el médico, los vecinos, todos, menos yo, que soy el único cuerdo doctor!-
¡Allan!-
-¡Ayúdeme doctor, porque parece que si la situación es así, va a parecer que el loco soy yo y los demás están cuerdos!- seguía gritando en padre de la niña.-
-¡Necesito ayuda de usted y de algún otro loco como yo!-
-¡AAllaaan!-
-¡Por favor doctor, o usted también me está tomando de idiota doctor!-
-¡Allan por favor cállate y escúchame un poco …..por Dios!- gritó George.-
-¡El punto es, que la maldición!......
¿Qué, ahora la cosa es una maldición?- interrogó Allan.
-¡Sí!- continuó el relato el cura con un marcado gesto de fastidio.-
-¡El punto es que la maldición, habla de desaparecidos y es lo que ha pasado durante cientos de años, cada generación tiene una o más personas desaparecidas, por eso la gente trata de no salir los días de tormenta de nieve!-
-¡Ahora me vas a decir que hay un montón de gente que se esfumó en el aire y todos están contentos…….a otro perro con ese hueso! ¿Por quién me estás tomando George?-
-¡Es que es así, parte de la gente ya lo asimiló y se cuida, pero el tema no es ese, es otro!-
-¡A ver con que estupidez me vas a salir ahora!-
-¡El tema, es que la maldición habla de gente, no de animales, y no sabemos por qué, el desaparecido ahora fue un animal!-
-¡Algo anormal ha pasado y es lo que queremos descubrir!- cerró el cura.-
-¡Algo anormal me dices, como si todo el relato no fuera anormal, como si gente desaparecida no fuera anormal, como si el hecho de que todos hicieran la vista a un costado no fuera anormal, como si lo que está pasando en mi familia no fuera anormal……¿estás loco George?
-¡Es por eso que, en la profunda convicción que era Woodford el más indicado para ayudarte, te propuse que lo visites junto a Leonella!-
-¡Si, fantástico!- Interrumpió Alan.-
-¡Pero ese hombre, parece desorbitado, no parece estar en sus cabales, hace cosas que no son normales…….. pero que estoy diciendo, si con lo que me estás contando, obviamente, tú tampoco estás en tus cabales!-
-¡Es verdad!- explicó George,
-¡Comentan, que luego de una gran y profunda investigación, se mimetizó tanto con la situación, que él también ha logrado traspasar ciertos umbrales que van más allá de la realidad, hundiendo su propia persona en límites insospechados para alguien con una conciencia normal.-
-¡Lo que debemos saber, es qué hizo Leonella justo en el momento en que desapareció Quijote, primero porque no debería haber pasado así, y además, el estado de tu hija es como si la misma maldición la hubiera rozado, como si le hubiera quitado la propia esencia de la vida, como si junto con el animal se llevó parte de ella, por eso no puede recuperarse…..eso es lo que debemos saber para poder ayudarla Allan!-
-¡Si no lo hacemos, seguramente Leonella nunca se recuperará, créeme Allan!- Terminó el cura mientras caminaba dándole la espada.-
Se escuchó un fuerte portazo.-
El cura ni se dio vuelta, agachó la cabeza mirando al piso, se apoyó con la mano sobre la mesa con un gesto de cansancio y comenzó a rezar en voz baja.-
El padre de Leonella, había ganado la calle.-
No sabía si los sentimientos que le daban vuelta en su cabeza eran de desconcierto, de bronca o de impotencia.-
La oscuridad en la, era casi total, las pocas lámparas que habían estado encendidas, se apagaron de golpe, tal vez por una falla, tal vez por algún descuido o tal vez, solo por casualidad.-
Allan, ni se dio cuenta.-


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CAPITULO XIII:

Un fuerte dolor de cabeza comenzó a atormentar a Allan de regreso a su casa.-
La conversación sostenida con George habla ahondado aún más sus dudas sobre ciertos aspectos de la vida, que ahora le tocaba en suerte transitar.-
La situación estaba dada vuelta, lo real se había transformado en irreal o en todo caso era al revés, o tal vez la confusión era tan grande que la razón no llegaba a abarcar la sensatez.-
Era muy entrada la noche, cuando atravesó el umbral del enorme portal de la mansión.-
Cheryl, lo esperaba con una humeante taza de té recién servida, en salto de cama y con los ojos brillosos por el vano intento de prolongar su cansancio cotidiano hasta la llegada de su esposo.-
-¡Allan!- dijo suavemente pero sorprendida la mujer.-
-¡Es tarde , te esperaba mucho antes y ya no sabia que hacer, realmente estaba muy preocupada, cuéntame que te dijo el Padre George-
Entrando suavemente, como no queriendo hacer ruido para no despertar a su hija, Allan tomó un vaso y se sirvió una generosa medida de whisky, buscando luego, el cómodo abrigo del gran sillón de la amplia sala.-
Resopló largo y profundo.-
Miró al techo, cerró los ojos y dio su primer sorbo al fuerte líquido que inquietante se mecía entre sus manos haciendo entrechocar los hielos contra el cristal.¬-
-¡Creo que están todos locos, y lo que más me preocupa, es que yo también estoy enloqueciendo, estas historias de fantasmas y hadas, me han llevado al límite de mi paciencia, creo que vamos a tener que tomar una pronta resolución, o de otra manera caeremos nosotros mismos en una profunda depresión producto de esta insana vida que se nos está formando alrededor.-
-¡Por favor, dime que es lo que ha pasado!- Replicó Cheryl.-
-¡Tenemos que hablar con el doctor Woodford, y cuanto antes lo hagamos será mejor para aclarar toda esta lamentable situación!-
-¡Vayamos a descansar, y mientras tanto te iré contando lo que hasta ahora sé, pero mañana a primera hora, iremos ambos a ver al famoso doctor y le pediremos algunas explicaciones, que por cierto no creo que pueda aclaramos mucho!-
Luego de la rutina diaria de estar unos minutos junto a la dormida Leonella, ambos padres fueron a la habitación caminando muy despacio, entre tanto Allan le relataba todo lo vivido a su esposa.-
La mañana comenzaba a despuntar con tímidos rayos de un agónico sol que lentamente comenzaba a calentar la tierra.-
Ambos padres se levantaron muy temprano y tomaron la carretera que los llevaría a enterarse de la verdad, o tal vez colaboraría a enmarañar aún mas toda esta historia. -
El lánguido sol comenzó a ocultarse detrás de una espesa nube que presagiaba tormenta y al poco tiempo de haber ganado la ruta, una tenue llovizna obligó a Allan a encender los limpiaparabrisas, haciendo aún más cerrada la visibilidad en la ruta que lentamente los conducía hacia la posibilidad de conocer definitivamente la verdad de una historia que todavía no acababan de entender.-
El doctor Woodford vivía en un barrio suburbano ubicado hacia el sur de Londres, una vez más la pareja tuvo que atravesar la ciudad, que a esa hora se encontraba en su peor momento de tráfico.-
Luego de largas colas en las calles principales atestadas de vehículos, llegaron hasta la puerta de la mansión del renombrado doctor.¬-
Allan se bajó rápidamente del vehículo seguido por su esposa Cheryl.-
¬El amplio portal los recibió con fría indiferencia, y hasta el timbre sonó distinto, pero esas insignificancias no importaron a la pareja, quienes se encontraban decididos a todo.-
Varias veces sonó el timbre, pero parecía que adentro no había nadie.-¬
-¡Parece que no nos quieren atender, se habrán enterado a que venimos!- replicó Allan.-
-¡No creo, tal vez han salido a hacer algunas compras, está bien que sean raros, pero en algún momento tienen que alimentarse, ¿no te parece?- resignó Cheryl.-
La insistencia de Allan no tenía límites y el timbre repicaba sin cesar, hasta que desde atrás una mano golpeó su hombro.-¬
-¿Usted desea algo?- Insinuó una pequeña voz.-
¬Allan giró lentamente su cabeza, y observó una pequeña figura que desde abajo lo miraba impertérrita.-
-¿Usted necesitaba algo?- Volvió a preguntar la pequeña persona, y sin esperar respuesta, extrajo de su bolsillo una enorme llave que con gran apuro trató varias veces de introducirla en el ojo de la cerradura.-
Al final, logró abrir la puerta de la vieja casona.-
-¡Espere!- Rogó Allan.- ¡necesito hablar con el doctor Woodford ahora mismo y no me voy a mover de aquí hasta que pueda hacerlo.-
La pequeña mujer lo miró con los ojos enormemente abiertos, moviendo su cabeza mirándolo desde arriba hacia abajo, como no entendiendo.-
Señor, aún no sé su nombre ni el porqué de su exasperación, pero créame, que estoy asombrada por lo que me dijo, ya que para eso, sí tengo una respuesta concreta y rápida!-
-¡Por favor, dígale al doctor que necesito verlo con extrema urgencia!- Reclamó Allan.-
-¡Va a ser muy difícil! replicó la mujer, ya que el doctor al que usted tanto quiere ver, ha fallecido hace varios años!-
¬El silencio de Allan fue terminante la miró con una gran sonrisa se pasó la mano derecha por debajo de su barbilla, bajó la vista y mirando al suelo y con voz socarrona, atinó a decirle.-
-¡Buena señora, tenga a bien permitirme ver al doctor, caso contrario me veré en la obligación de llevar el caso ante un abogado!-
Y continuó… -¡Tenga en cuenta que nuestro problema familiar es absolutamente angustiante como para tener que soportar bromas de tan mal gusto!-
-¡Señor, perdóneme que aún no tengo el agrado de conocerlo, pero lo que le estoy diciendo no es una broma, ni mucho menos; el doctor Woodford era el anterior propietario de esta casa, y luego de su fallecimiento, mi esposo, la adquirió legalmente a la persona a quien el doctor legó todo su patrimonio, quien, también, al poco tiempo cayó enferma y sin poder recuperarse terminó sus días, pocos meses después que el mismo doctor.-
-¡Lamentablemente, no puedo hacer nada por usted, así, que si me perdonan, tengo muchas cosas que hacer!-
¬Dando un portazo, la pequeña mujer, dejó sin habla a Allan y a su esposa Cheryl.-¬
Un nuevo capitulo se comenzaba a escribir en la vida de la familia, y de pronto se dieron cuenta que ninguno quería saber como continuaría.- ¬
El asombro dio paso al desconsuelo, e inmediatamente a la incertidumbre.-
La historia, comenzaba a desfigurarse y tanto a Allan corno a Cheryl, le temblaron las piernas.-
Ambos tenían la certeza que la mujer no mentía, pero íntimamente sospechaban que la cruel historia podría ser cierta.-
Se miraron a los ojos, retrocedieron varios pasos a efectos de reconocer la fachada del edificio donde solo días atrás habían traído a su propia hija a contactarse con el sombrío Woodford, y juntos determinaron que si, que esa era la casa donde cosas raras e insólitas habían ingresado a sus vidas.-
Las preguntas llegaron solas pero nadie tenía respuestas.-
¿Sería aquel el verdadero lugar?
¿Sería el doctor que recomendara el cura George quien realmente habló con ellos, o alguien se hizo pasar por Woodford?-
¿Había cosas extrañas detrás de esta historia, tal corno lo relatara el sacerdote?-
¬La realidad, estaba por definirse. y la incertidumbre ganó a los padres de Leonella.-
Pero, muy dentro de ellos, existía la necesidad de desenmarañar toda esta novela de misterio que se cernía sobre su familia, así que se determinaron llevar las consecuencias hasta un final, feliz o no.-
La mañana había terminado, AlIan se sintió desorientado y se sentó en uno de los escalones de la puerta de la casa, miró a su esposa, e íntimamente supo que aquello sería una historia que probablemente tendría un mal fin, y aunque no quiso hacérselo saber a Cheryl, la mirada, demostró más que mil palabras.-
La vida en la ciudad, continuaba su incesante ritmo.-
Pero por algún misterioso motivo, en la casa de Leonella, el tiempo parecía haberse detenido. –

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