Capítulo 5, 6, 7 y 8.-

CAPITULO V:


La pulcritud en la blancura de los azulejos resalta aún más con la impecable limpieza de los pisos.-
El orden es casi enfermizo y el aire tiene un exquisito aroma a pureza, además, está terminantemente prohibido fumar y todos hablan en voz baja, respetando el sagrado silencio que necesitan los que sufren.-
Solo el altavoz, cada tanto resuena susurrante, llamando al único doctor del pequeño Hospital de Clínicas de Glew.-
Brian Mc. Caffrey, viste su guardapolvo blanco cuidadosamente planchado.-
De cabellos oscuros, entrecano, su figura modelada y atlética habla a las claras que sus cincuenta y ocho años están bien trabajados, extremadamente conservados.-
Los treinta y cinco años de atención en el hospital, le dan, junto al cura de la parroquia la honorífica posibilidad de conocer más que nadie de alegrías y desdichas.-
El, como médico clínico / cirujano / partero / pediatra, entiende mejor que nadie las afecciones físicas y espirituales que aquejan a cada uno de los habitantes de ese rico poblado.-
Las dolencias del cuerpo, son sabiamente tratadas con la ayuda nunca menospreciada de su grupo de inclaudicables enfermeras, quienes sumadas a dos mucamas y a una telefonista, completan el staff que diariamente entregan todo por sus vecinos.-
Cuando lo espiritual supera lo físico, el Dr. Brian, no duda en dar participación al Reverendo Hill, complementando así, ambos, todo lo que necesitan los escasos habitantes de Glew.-
El viejo reloj de pared de la recepción, justo frente al escritorio donde Ángela Stanford oficia de administrativa / telefonista, muestra las siete y cincuenta y cinco de una mañana tan cristalina como fría.-
El agresivo sonido del teléfono, hoy se escucha apagado y lejano, ya que Ángela lo tapó con un abrigo para suavizar el molesto volumen de su campanilla.-
Igualmente, se hizo sentir, pero ella está muy ocupada tratando de conseguir el azúcar para endulzar su negro café recién servido.-
Recién cuando la insistencia del llamado se tornó molesta, con un suspiro largo y profundo, y con la taza de café humeante pero amargo en la mano, se dirigió al conmutador.-
-¡Hospital de Glew!- susurró con cierto encanto.-
Del otro lado de la línea, Cheryl la saludó afectuosamente, con el cariño de largos años de amistad.-
-¡Hola Cheryl!- justamente pensaba en ti, ¿cuándo nos vamos a juntar a jugar un partido de póquer?-
La madre de Leonella, le confirmó que durante la semana entrante se pondría en contacto para arreglar la fecha y sin perder tiempo, le pidió comunicarse con el doctor Brian.-
-¡Ok, te lo paso!-
Nuevamente el altavoz susurró el nombre del doctor Brian, quien desde su consultorio atendió cortésmente el llamado.-
¡-Cheryl, como estás!-
-¡Tanto tiempo sin vernos.- ¿Cómo está Alan y Leonella?-
La angustiada voz de Cheryl preocupó al doctor Brian.-
Un breve relato de la madre de Leonella, hizo que el doctor se comprometiera a pasar enseguida por su casa.-
Con pocos pacientes por atender, apuró las visitas, dejó las instrucciones necesarias hasta su regreso, subió a su auto y rápidamente se dirigió a la casa de los Schmidt.-
Mientras tanto, Leonella estaba acostada en su cama, con la mirada perdida en algún lugar del techo de su habitación.-
Sus ojos enrojecidos indicaban que una gran angustia oprimía su corazón.-
Megan, en tanto, en la cocina, intentaba relatarle fielmente a Cheryl los extraños sucesos que le contara su amiga.-
Sin dejar de hablar, con los nervios a flor de piel, se preparaba un té caliente para poder digerir una pastilla sedante, ya que el problema, también había llegado hondo en su juvenil personalidad.-
La madre de Leonella, más preocupada que asombrada por el relato, intentaba convencerse a sí misma que esto no era más que otra travesura de su hija, que al salirle mal, y escapársele el perro, la habría sumido en semejante angustia.-
Solo quería pensar que Quijote regresaría pronto y todo volvería a ser normal.-
No daban todavía las nueve de la mañana, cuando las campanillas del timbre repiquetearon varias veces, casi con algún apuro.-
Corrió Megan hacia la puerta, sorteando la mesita y la lámpara rota, todavía en el suelo.-
El gesto adusto pero sereno del Dr. Brian, tranquilizó a la amiga de Leonella y con un gran abrazo, fruto del afecto sembrado durante tantos años, lo beso y lo invitó a entrar.-
Cheryl cruzó el living, saludó con cariño a su amigo de toda la vida y señalando hacia el piso, le mostró los primeros síntomas del problema.-
-¡Era una hermosa lámpara!- suspiró Brian.-
Con suavidad, él mismo se inclinó, levantó la mesita y algún que otro trozo grande de la lámpara, que tenía al alcance de su mano.-
Luego, se sentó en el sillón principal, ocupándolo casi todo.-
Cheryl hizo lo propio en un silloncito ubicado a un costado y Megan se recostó en el posabrazos del sillón grande, junto al Dr. Brian.-
-¡Cheryl, cuéntame que es lo que pasa!-
-¡Es Leonella!- apuró Megan.-
-¡Creo que una de sus tantas travesuras le salió mal!- respondió la madre.-
Con marcado nerviosismo, Megan insinuó,- ¿y si fuera verdad?-.-
-¡Por favor Megan, los fantasmas no existen!- le increpó Cheryl.-
-¿Perdón, alguna de ustedes puede informarme con precisión que sucede en esta casa?-
-¡Mira Doc., Leo salió ayer a pasear a Quijote y el perro se le fue!-
-¡Epa, no ha de ser para tanto, no será la primera ni la última vez que lo haga, el viejo y peludo animal, seguro ha de querer arrojar una cana al aire!- insistió el doctor Brian.-
-¡¡¡¡NO, el caso es que Quijote no se fue!- sentenció Cheryl.-
El doctor Brian la miró a Cheryl y repasó con sus ojos por el lado de Megan, echó un suspiro largo y resignado, se reacomodó en el sillón y alzó sus dos manos con las palmas hacia arriba como pidiendo una explicación más contundente.-
-¡Según Leonella, se esfumó delante de su vista, desapareció por completo en forma inexplicable!- relató Cheryl sin creer en lo que estaba diciendo.-
El gesto adusto de Brian, se transformó dejando entrever un rictus de incredulidad mezclado con sorpresa.-
-¡Como por magia!- expresó Megan encogiéndose de hombros.-
La mirada de Brian hacia Megan, fue fulminante.-
-¿Cómo por magia?- replicó el doctor sin salir de su asombro, luego, una pequeña sonrisa se le dibujó en el rostro.-
-¡Vamos a hacer una cosa, déjame ver a Leonella, charlamos un poco y luego lo analizamos!, ¿está bien?-
Sin esperar respuesta, se levantó tranquilamente del sillón, y conocedor de la casa como era, dejó a las mujeres en el living y se dirigió directamente a la recámara de Leonella.-
Suavemente entreabrió la puerta y con su mano derecha le efectuó algunos pequeños golpes.-
Al no recibir respuesta, la empujo hasta abrirla completamente y entró despacio y en total silencio.-
Ella estaba tendida boca arriba, con sus ojos abiertos mirando hacia un punto fijo en un techo que parecía infinito.-
Sus brazos descansaban inmóviles a los costados de su cuerpo y el profundo azul de su mirada, tomaba más brillo gracias al marco que proporcionaba el intenso rojo de sus párpados.-
Las mejillas, todavía llevaban las marcas de las lágrimas…. perdidas en el tiempo.-
-¡Leonella, cariño, soy yo, el doctor Brian!-
Conociéndola desde el primer día de su vida, ya que fue él quien la trajo al mundo, no tuvo dudas sobre el estado de salud de su juvenil paciente.-
Con suavidad eterna, se sentó en la cama junto a ella y le aferró la mano izquierda con fuerza, enseguida notó que estaba fría y húmeda.-
Una nueva lágrima corrió por el cansado rostro de la niña.-
-¡Leonella, hija mía, mírame!-
-¡Estoy loca doctor!- contestó sin moverse ni mirarlo
-¡Yo lo vi,....vi cuando se esfumaba....sé que no va a volver nunca más pero no lo entiendo doctor.....tengo miedo a enloquecer!-
-¡No, cariño, simplemente te encuentras alterada por algún suceso pasado que ha aflorado ahora, pero todo se va a solucionar!-
Lentamente Leonella giró su cabeza hacia Brian, con su mano derecha acomodó sus cabellos desparramados sobre la almohada y comenzó a llorar en silencio.-
¡Doc., tú eres como mi padre, te amo y quiero que seas sincero! ¿No me crees verdad?-
-¡Hija, la mente actúa de maneras muy extrañas, pero juntos develaremos el misterio, ahora duerme y luego, veremos que hacer.-
Un suave “gracias”, fue la única respuesta de Leonella, cerró los ojos y casi instantáneamente se quedó dormida.-
Brian la miró por un momento, acarició sus cabellos húmedos por el sudor, la besó suavemente sobre sus mejillas y luego bajó con una congoja que le ceñía la garganta.-
Sus ojos estaban vidriosos, no le cerraba la idea que Leonella, tan llena de vida, con esa alegría permanente, por una simple travesura, estuviera en esa situación incomprensible.-
Excelente alumna, querida por sus compañeras, amada por cada uno de los chicos que la veía pasar, irradiaba simpatía de tal manera, que cientos de veces le perdonaron muchas de sus travesuras.-
Brian atravesó la cocina, entró en el living donde impacientes lo esperaban ambas mujeres, se sentó en el amplio sillón y suspiró.-
En ese momento, por su mente pasaron, en un segundo, pequeñas etapas de su vida; observó a Megan, otra hermosa niña, también traída al mundo por sus propias manos; miró a Cheryl, aquel amor adolescente que un día le robara Alan, su mejor amigo y que nunca se lo perdonaría, aunque el tiempo se empecinara en decir lo contrario.-
Una vida plagada de disciplina, de rectitud, querido por todo el pueblo por su inefable omnipresencia, por su desinteresada entrega a los problemas de los demás y ahora, sentía que esta situación se le iba de las manos.-
-¡No se que decir!-
-¿Tan mal está?- sollozó Megan
-¡Megui, por favor!-. Recriminó la madre.-
-¿Brian?- insinuó Cheryl.-
Con un gesto más apesadumbrado que cansado, acomodó sus bien llevados cincuenta y ocho años y frunció el ceño.-
-¡No sé, no la veo bien, no hay que alarmarse, pero me gustaría antes que nada hacerle unos estudios.- Mañana, llévala al hospital bien temprano, pero hoy, que descanse, olviden el tema y que no se sienta sola!- sentenció Brian.-
La despedida fue corta y rápida.-
El enorme reloj de péndulo continuaba detenido a las siete y dos minutos, y en vista de cómo se había comportado Leonella, Cheryl decidió que por un tiempo dejara de funcionar.-
La poca actividad del poblado se extinguió casi totalmente cuando la hora de almorzar comenzó a llenar el aire con los más diversos aromas.-
El sol, implacablemente alto calentaba impiadosamente la nieve, que a esta altura ya casi no existía, pasando del inmaculado blanco de la mañana a pequeños riachuelos que se desaparecían por las alcantarillas.-
Leonella dormía.-
Megan, fue a su casa a tranquilizar a su madre, a quien contaría con lujo de detalle lo sucedido, y Cheryl comenzó a preparar el almuerzo a la espera de Alan, quien en viaje desde la ciudad de Londres, llegaría de un momento a otro, sin saber aún, los hechos misteriosos que rodeaban a su familia.-
Dos gorriones jugueteaban saltando de charco en charco.-
Por las flores corrían pequeñas gotitas de rocío, secándose inexorablemente por la fuerza del sol.-
Mirar el cielo, era ver el profundo azul de los ojos de Leonella.-
Mirar el tiempo detenido en el hermoso reloj de péndulo, era verla a ella, esperando, rogando, que alguien, la eche a andar.-

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Capítulo VI:

En el Instituto, el recuerdo permanente de Leonella, hacía aún más notable su ausencia y a poco más de un mes, Megan seguía acumulando faltas por estar al lado de su más intima amiga.-
Sus compañeros le preguntaban el porqué de la imposibilidad de visitar a la siempre vigente Leonella y las respuestas que brindaba Megan trataban de no ir directamente al asunto, para no alterar más la situación, ya que dentro de su cabeza, no existía la posibilidad que se haya vuelto loca, aunque tampoco concedía espacio para pensar en la veracidad del relato de Leo.-
Natalie Mawdsley, su profesora más querida, le enviaba permanentemente a través de Megan todo lo hecho en clase y cada tanto, una flor como sutil recuerdo de su indeleble cariño.-
Languidecía el invierno y los árboles comenzaban a teñirse de su verde más intenso.-
El blanco manto dejado por las nevadas dio paso a un arco iris de brillantes colores en las rejuvenecidas flores.-
El Instituto St. James de Señoritas, era la misma algarabía de siempre en las horas libres.-
Dentro del cerrado sistema educativo de esa importante casa de estudios, casi ni se hablaba del suceso, pero, como una morbosa curiosidad, cada tanto, las alumnas del “quinto bachiller” se dirigían despacio hacia la esquina de Church y la avenida Allison y aunque sin detenerse, con recelo, casi de reojo, trataban de imaginar y de comprender lo incomprensible.-
-¡Al fin y al cabo. Leo era bastante mentirosa!- sentenció una de sus compañeras.-
-¡Se le habrá escapado!- asintió otra.-
-¡Tal vez, lo dejó suelto a propósito, de todas maneras, era tan viejo!-
-¡Debería decir la verdad de una buena vez!-
-¿Y si lo que cuentan fuera de verdad? no olviden que algunas personas dicen que aún se escuchan los gemidos de Quijote en esta misma esquina.-
Todas se miraron entre sí, sin ocultar el miedo que les provocaba la idea de llegar a escuchar el llanto de algún perro.-
Con las miradas sobre la vereda de la esquina, todas, casi al unísono, suspiraron profundamente, y sin entender porqué, se retiraron sin hablar, en un silencio que concedía casi cualquier posibilidad.-
Algunos vecinos, comenzaron a murmurar sobre las condiciones mentales de Leonella, otros aseguraban que en las mañanas muy frías, escuchaban un lamento triste, como salido de las mismas entrañas de la tierra, pero, los más, concluyeron que los caprichos de la niña y los permanentes divagues propios de su edad y de su posición económica, habrían llegado tan lejos, que ahora no sabría como retractarse y eso la habría puesto en el estado actual.-
-¡Alan, Cheryl, que gusto verlos!-
El doctor Brian, que se encontraba sentado cómodamente en el escritorio de su consultorio dentro del hospital se paró rápidamente al ver entrar a los padres de la niña.-
Enseguida llamó a Ángela por el intercomunicador y más que un pedido, fue una orden.-
-¡Señorita Stamford, que absolutamente nadie me moleste!-
Durante más de una hora, el médico, explicó a los padres de Leonella todos los estudios efectuados en el hospital del pueblo y cuales habrían sido los resultados de aquellos que se hicieran en la ciudad.-
-¡De acuerdo a los exámenes, puedo arribar a la conclusión que Leonella no posee ningún mal físico!- explicó el Dr. Brian.-
-¡Está absolutamente sana!-
Lejos de alegrarse, ambos padres, sin mediar palabra se observaron mutuamente, Cheryl dio paso a una incipiente lágrima que le nubló la vista, Alan, enrojeció su rostro conteniendo la bronca.-
-¡Entonces, llegamos a la conclusión….que….!-
-¡O está mintiendo o tiene las facultades alteradas!- disparó el Dr. Brian.-
-¡O dice la verdad!- se auto convencía Cheryl.-
Alan, mostrando una gran compasión, aferró fuertemente la mano de su esposa y suavemente le dijo casi al oído.-
-¡Amor, sabes que eso es imposible!-
-¡Pero, quijote nunca volvió, y el collar estaba cerrado, por lo tanto, no muestra que se haya soltado, además ella dice…!- el llanto le prohibió la palabra y buscando consuelo se echó el los brazos de su esposo comenzando un largo y profundo silencio.-
-¡Creo que es hora de enfrentar la verdad aunque duela!- aseguró el doctor con frialdad clínica.-
-¡Esto nos sobrepasa a todos, por eso, quisiera hacer algunas pruebas más, fundamentalmente para sacar a la luz los hechos, y que todo vuelva a la normalidad!-
-¡Pero Quijote no volvió!- insistió Cheryl.-
-¡Era tan viejo!- suspiró Alan.-
-¡Pudo haberlo matado un coche en la ruta, o simplemente no haber soportado el intenso frío de la noche!- agregó.-
-¡No creo en fantasmas, pero para no descartar nada y como acá en el pueblo no hay sicólogos, lo único que se me ocurre, es pedirle a George que nos dé una mano!- explicó Brian.-
-¡De todas maneras, el problema está en boca de todos, así, que supongo que ya se habrá enterado y no creo que tenga inconveniente en hablar con Leonella!- concluyó.-
-¡Me parece bien!- sentenció Alan.-
-¿Si a ustedes les parece?- dijo tímidamente Cheryl.-
El viejo campanario que otrora repicara sus bronceadas campanas al viento, hoy no era más que un símil moderno y electrónico, tañendo sus notas con un elevado ruido a púa, proveniente de un desvencijado tocadiscos que siempre giraba con el único y añoso disco de campanas, que por obra y gracias de quien sabe quien, todavía seguía funcionando.-
La moderna capilla, estaba asentada en un predio ausente de casas, ubicado entre el St. James de señoritas y el puerto de Glew.-
Esta nueva pero modesta capilla, había sido edificada con fondos aportados por la sociedad de damas del poblado, hacía apenas unos doce años, luego que la centenaria Iglesia, fuera devorada por las llamas hasta sus cimientos.-
Un alto techo a dos aguas, que remataba en la parte superior delantera en una enorme cruz de madera, cobijaba una sola nave, donde cómodamente, los feligreses podían asistir a los duros sermones que domingo a domingo prodigaba el enorme cura George.-
La nave, remataba en un altar de grandes dimensiones labrado en mármol de la más fina calidad, el que estaba custodiado por un Cristo crucificado, que si bien su tamaño era reducido, estaba por demás de iluminado.-
Sobre el final del edificio, una construcción de ladrillos vistos, cortaba abruptamente la geometría del techo, elevándose sobre éste, unos diez metros más, terminando en una especie de campanario que albergaba las bocinas, que luego del incendio, reemplazaron a las viejas campanas.-
En el sector inferior, coexistían la sacristía y un par de habitaciones con un pequeño baño y una especie de cocina/comedor oficiando de casa/hogar del cura de turno.-
En los alrededores, se repetía la vista constante del resto del poblado.-
Un amplio jardín que circundaba a la capilla por completo, la vestía con hermosos ornamentos de flores multicolores, algunos añosos árboles que hablaban a las claras de la antigüedad del predio y que providencialmente se habían salvado de aquel fuego destructor.-
Por supuesto, el clásico e infaltable cerco de pequeñísimas dimensiones en madera, finamente pintado en blanco.-
La pequeña puerta que permitía el acceso al jardín, había sido arrancada en su totalidad por el brusco sacerdote, quien, con su metro ochenta y seis centímetros y sus ciento veintidós kilos de peso había caído pesadamente sobre ella la Navidad pasada.-
Enfundado en su típico atuendo marrón oscuro, su inexistente cintura estaba enlazada por una soga beige del cual sobraban escasamente unos diez centímetros que colgaban hacia un costado de su enorme humanidad.-
Los zapatos negros prolijamente brillosos, lucían permanentemente desacordonados, ya que su masa corporal, le hacía infructuosa la tarea de agacharse a atarlos.-
Con el cabello corto, una enorme nariz permanentemente colorada, cachetes gordos, casi escondiendo las orejas, y ojos vivaces, el reverendo George Hill recibía cada domingo a los fieles que acudían a su iglesia, quienes, literalmente eran sometidos a sus más pesados pero sinceros sermones con una amplia y blanca sonrisa.-
Totalmente entregado a sus creencias, el reverendo George era indiscutiblemente amado por todo el poblado de Glew, a tal punto que soportaban estoicamente y casi sin quejas las agudas campanadas producidas por su engendro electrónico.-
Ese domingo, marcó un antes y un después para George, porque luego de la celebración de la misa habitual, el Dr. Brian, Cheryl y Alan se reunieron en la modesta pero cálida sacristía para rogarle al enorme cura que intercediera ante Leonella y averiguara la verdad.-
-¡Partamos de la siguiente premisa!- exigió George.-
-¡No hago ni creo en actos sobrenaturales ni fantasmales, me niego a creer en los exorcismos!- sentenció el reverendo.-
-¡Si George, pero necesitamos tu ayuda, mejor dicho, Leonella la necesita!- pidió Alan.-
-¡Por favor, habla con ella!- replicó Cheryl.-
-¡George, como médico, solo te pido que hables con ella, para poder analizar desde todos los puntos de vista si es producto de su imaginación, o si realmente tiene problemas sicológicos serios!- Dicho esto, el Dr. Brian miró de reojo a Cheryl, quien nuevamente, había comenzado a llorar.-
En la casa, el rostro permanentemente húmedo por el sudor de Leonella, indicaba un estado de alteración psicosomática constante.-
Hasta su intima amiga Megan había comenzado a distanciar sus visitas.-
Al no poder encontrar una respuesta a lo sucedido, ella también se estaba sintiendo afectada.-
-¡Quijote desapareció, Quijote desapareció!- repetía una y otra vez Leonella.-
-¡Desapareció delante de mí!- eran casi las únicas palabras que profería ante cualquier interrogatorio, luego, rompía en llanto.-
-¡Nadie me cree, que voy a hacer!- le confesaba a su madre.-
Debido a las repetidas crisis nerviosas que últimamente sufría, pasaba la mayor parte del día en somnolencia por las dosis cada vez más fuerte de los sedantes.-
El reverendo George, montado en la negra y vieja bicicleta entró bruscamente al jardín de la familia y cayó pesadamente sobre un cantero lleno de rosas de distintos colores, arrancando no menos de diez, las que apresuradamente se ocupó de juntar colocándolas nuevamente al lado de las otras como intentando ocultar el desastre.-
-¡Maldición!- exclamó fuertemente cuando una espina se le enterró en uno de sus gordos dedos.-
Acto seguido se persignó mirando para arriba, casi con una angustiosa súplica de perdón por el insulto proferido, pero no obstante, siguió diciendo entre dientes, malas palabras por el dolor de la pequeña herida.-
Cheryl, que sintió el ruido y el grito, se acercó al ventanal del living y sonrió al ver los toscos y apurados movimientos del reverendo tratando de cubrir el accidente.-
Dejó la bicicleta tirada en el piso, apenas traspasado el cerco y levantándose la pesada sotana, George subió apresuradamente los cinco escalones que separaban al jardín de la puerta de acceso.-
Una vez llegado al hall, recostó su enorme osamenta sobre una de las columnas que flanqueaban la entrada.-
Tomando un segundo de descanso, en un largo suspiro trató de incorporar a su masa corporal todo el aire posible, ya que el viaje en bicicleta sumado a la caída, lo había dejado cansado y casi desfalleciente.-
Antes de alcanzar a tocar el timbre, Cheryl, con una sonrisa y casi sin ocultar, lo que había visto, le abrió.-
Mirándola de frente, no tuvo una mejor idea que decir -¡Cheryl, soy yo!-
-¡Me di cuenta!- respondió mostrando una enorme sonrisa mientras movía la cabeza de lado a lado.-
Quiso darle la mano, pero un pañuelo blanco escondía los regordetes dedos del reverendo llenos de sangre, producto del los pinchazos recibidos por las vengativas flores.-
Solamente el hecho que semejante estructura humana hubiera entrado a la casa, pareció cambiar el humor reinante y todo comenzó a distenderse.-
George, irradiaba desde sus bruscos movimientos una paz y una confianza únicas que enseguida se manifestaron en los actos de cada uno de los miembros de la familia.-
Sin detenerse en el living de la casa, elevó su mano derecha y con el dedo índice apuntó en la dirección donde se encontraba Leonella, miró a Cheryl como buscando aprobación para seguir caminando y sin esperar respuesta, apuró su paso, subió ágilmente las escaleras y llegó a la habitación de la niña.-
-¡Leonella!- susurró en la puerta entreabierta de la recámara.-
-¡Leonella!- insistió, pero al no escuchar sonidos, casi se deslizó hacia adentro, se acercó delicadamente a la cama y sin hacer ruido, posó su enorme mano entre los fríos y húmedos dedos de la pequeña.-
-¡George!- dijo inesperadamente Leonella, sin abrir los ojos.-
-¡Te necesitaba, eres el único que puedes realmente comprenderme!- y comenzó a llorar desconsoladamente.-
Fue entonces, que el reverendo George Hill se persignó, y encomendándose a Dios, supo que el problema, era grave.-
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Capítulo VII

Lenta pero inexorablemente las hojas del calendario, comenzaron a caer.-
La otrora alegre mansión de los Schmidth se fue apagando con el paso del tiempo, notándose en cada rincón, que en ella, la vida transcurría de una manera muy distinta a la del resto del poblado.-
Poco se la veía a Leonella fuera de las paredes de la vieja casona.-
El siempre impecable jardín fue desmejorando paulatinamente, ya nadie le prestaba atención.-
El viejo y encorvado jardinero era el único que de tanto en tanto, podaba los añosos árboles, y en un vano intento de mejorarlo, solía plantar flores que por algún capricho de la naturaleza solo florecían por pocos días, marchitándose irremediablemente al poco tiempo.-
El perfecto corte del césped, fue llenándose de yuyales que lentamente ganaron espacio, minando las exiguas fuerzas del veterano jardinero.-
El impecable color blanco de la reja perimétrica mostraba importantes avances de óxido en toda su dimensión.-
Leonella, permanecía casi la totalidad del día encerrada en su habitación, bajando solo para compartir la mesa únicamente con sus padres.-
Por consejo del doctor Brian, Leonella debería comenzar a asistir a unas sesiones con un sicólogo, que fuera recomendado por él y por el reverendo George, debido a que luego de transcurrir un par de años desde aquel triste y confuso episodio nadie logró nunca desenmarañar los conflictos que cada vez con más fuerzas crecían en la mente de la niña.-
Los susurros del pueblo comenzaron a acallarse, quedando el amargo sabor de no comprender los hechos, hasta llegar a la definitiva sentencia final….¡¡¡Leonella no está en sus cabales!!!!.-
Nunca más se supo de Quijote, pero quienes en una época intimaban con Leonella intentaban no pasar por aquella trágica esquina.-
Alan, el padre de la niña, parecía haber envejecido de repente.-
Importantes canas cubrían su cabeza y su frente, permanecía constantemente arrugada.-
Incansable fumador de pipa, noche a noche, se sentaba en uno de los amplios sillones del living mirando fijamente por el gran ventanal hacia un punto fijo en el infinito, permaneciendo así durante horas.-
-¡Alan!- murmuró Cheryl acercándosele suavemente por detrás.-
-¡Es tarde, recuerda que mañana debemos estar temprano en el consultorio del sicólogo!-
Alan asintió suavemente con la cabeza.-
Lentamente dio una última bocanada a ese humo pesado y dulce llenando el ambiente de una olorosa neblina.-
Se levantó del sillón y abrazando a su esposa con gran ternura, se dirigieron a la recámara en un cómplice silencio.-
Antes y como lo hacían todas las noches, ingresaron a la habitación de la niña quien ya se encontraba en un profundo y agitado sueño.-
Ambos padres se sentaron muy suavemente a los lados de la cama, contemplándola como lo hicieran cada día de cada año.-
Leonella estaba envuelta en sudor, los bruscos movimientos de sus ojos dejaban en claro que transitaba por una fuerte pesadilla, que desde aquel momento, se había incorporado definitivamente a su descanso nocturno.-
Totalmente dormida, solía balbucear palabras que no se entendían o levantaba las manos hacia el techo como buscando la respuesta a su tormento, en otras oportunidades, solía sentarse en la cama queriendo aferrarse a algo o a alguien que solo existía en su imaginación.-
Era pleno verano, y la noche mostraba una quietud inusitada.-
Afuera, el calor ahogaba el silencio y el viento era el gran ausente, pero, por algún motivo, las cortinas del ventanal de la habitación de Leonella se movían, mecidas por una brisa inexistente.-
El interior permanecía permanentemente fresco, lo que obligaba a la niña a cubrirse con acolchados.-
A pesar de todo, gotas de frío sudor corrían por todo su cuerpo, y su aliento no era más cálido que éste.-
El delicado y largo cabello, se había endurecido, perdiendo la belleza de años atrás.-
Su rostro se veía pálido y los ojos siempre se encontraban inyectados con masivos derrames productos del constante llanto de desconsuelo.-
La esbelta figura de Leonella, había tomado poco a poco un aspecto fantasmal, había adelgazado más de lo recomendable y su piel se veía inmutablemente blanca.-
Aunque durante el día parecía una persona normal, solamente hablaba con sus padres, y eventualmente con el reverendo George, siempre trataba de permanecer en su recámara y no quería recibir a sus compañeros de escuela.-
Solo su amiga de toda la vida, Megan, solía verla, aunque sus conversaciones no eran gran cosa, es más, por lo general, eran monólogos de Megan contándole pequeñas actividades de la vida cotidiana, esa vida que durante muchos años habían disfrutado juntas y que ahora se encontraba tan lejana para Leonella.-
Las respuestas de Leonella hacia su amiga, casi siempre eran monosílabos cortantes como no demostrando interés por lo relatado por Megan.-
-¿Alan, has notado que en esta habitación no entra el sol? Comentó Cheryl.-
-¡Es cierto, lo extraño es que siempre fue tan luminosa! ¿Que será?-
-¡Estoy segura que esto es lo que provoca que haga tanto frío aquí! ¿No te parece?- se resignó Cheryl.-
-¡Seguro!- afirmó Alan muy convencido.-
Una última mirada al rostro mojado de Leonella y ambos se inclinaron como todas las noches ofreciéndole un cariñoso beso en la frente de la niña dormida.-
En algún lugar, un aullido desgarró la noche, estremeciendo a ambos padres, quienes tomados fuertemente de la mano, se retiraron en silencio hacia su recámara.-
Distintos perros del vecindario comenzaron a ladrar con fuerza ante aquel triste aullido que por algunos instantes, pareció paralizar el tiempo.-
El viento seguía calmo, pero la cortina de la habitación de la niña, se movió bruscamente.- Cerca, algún reloj marcó con estrepitosas campanadas que ya era la medianoche.- El aullido cesó, y todo fue silencio.-

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CAPITULO VIII:


El camino a la gran ciudad siempre resultaba tedioso.-
Eran varios kilómetros de campos muy verdes y con algunos árboles que de tanto en tanto rompían la monotonía del paisaje.-
A la vera de la ruta, podían observarse pastando, grandes manadas de ovejas y algunas cabras.-
Prácticamente nada de ganado vacuno, y el poco que se veía, se encontraba extremadamente delgado, lo cual era extraño, ya que la pastura abundaba en todo el valle.-
Luego de recorrer distintas calles de la ciudad, llegaron por fin al consultorio de Henry Woodford, el sicólogo recomendado por el cura y el doctor.-
La pesada puerta de la entrada se abrió suavemente con un característico chirrido de hierros rozando entre sí.-
El piso del enorme hall de entrada era de un mosaico exageradamente pulido.-
De color negro y blanco, seguía un diseño circular concéntrico partiendo de un pequeño centro de mosaicos negros agrandándose en círculos alternativos negros y blancos, hasta desaparecer por las paredes laterales.-
Era tan grande y tan vacío el lugar, que quien mirara fijamente el centro de los círculos, rápidamente sentía mareos.-
Exactamente sobre el centro negro, y a una gran altura, colgaba una enorme e intemporal lámpara de fino cristal, espléndidamente brillante, con no menos de cien pequeñas bombillas encendidas, todas simulando candelabros colocadas en círculos que venían descendiendo de menor a mayor, dándole al techo un toque singularmente mágico que además, gozaba de una ornamentación de fantasmales figuras de yeso, que sobresalían amenazantes desde las cuatro paredes, todo, observado en su conjunto, resaltaba el esmero, el profesionalismo y lo caro que habrían resultado los arquitectos responsables de semejante estilo de construcción.-
No obstante la opulencia de la muestra, resultaba definitivamente horrible a la vista y a cualquiera que se preciara de tener gusto por el diseño de interiores.-
Las grandes dimensiones del hall, se encontraba cercado por altas paredes revestidas en una tela de color verde musgo con indescifrables figuras grotescas en color negro terminando en un zócalo de madera lustrada muy oscuro de aproximadamente un metro y medio de altura, donde se encontraban apoyados cuatro sillones de fino y desgastado cuero marrón que estaban acomodados en cada una de las paredes, totalmente separados entre sí.-
En cada esquina se podían apreciar enormes puertas, con relucientes picaportes de fino bronce y detalles de carpintería de cuestionable buen gusto y por supuesto, para no desentonar con el resto de la sala, estas también eran altísimas.-
-¡Solo puertas-¡ pensó casi en voz alta Leonella al entrar.-
Giró sobre sí misma, y miró con sorpresa por la que habían entrado, como preocupada al no poder identificarla para poder salir más tarde, ya que además de la cantidad inusual, todas eran absolutamente iguales.-
Nada más podía observar, porque nada más había.-
Así, que Cheryl, Alan y Leonella, no pudieron hacer otra cosa más que sentarse en los únicos sillones, a la espera de que alguien se asomara por algún lado a atenderlos.-
Al cabo de algunos minutos, por una de las aberturas, se asomó una mujer muy avanzada en años, con su rostro indescifrablemente arrugado y manos exageradamente torcidas por alguna cruel enfermedad.-
De impecable vestido color rojo intenso, rematado en su escote redondo por una puntilla blanca muy ancha y un largo collar de perlas notablemente falsas y baratas.-
Su sonrisa blanca hablaba por sí sola de una excelente prótesis dental, enmarcada en unos labios extremadamente rojos, los que al moverse, modularon una aguda voz que poco amablemente los invitó a pasar.-
Cuando Allan la vio, no pudo contener una sonrisa, ya que en su mente se dibujó una horrible caricatura con un siniestro parecido a la decrépita anciana.-
El primero en seguirla y atravesar la puerta fue Alan, seguido por Leonella, y bastante más atrás, una titubeante Cheryl.-
La pesada puerta se cerró sola detrás de ellos, y una especie de penumbra los envolvió.-
La frágil anciana, con pasos cortos, precisos y sumamente ágiles, tomó la delantera.-
El pasillo era tan lúgubre como el hall de entrada y al igual que es éste, el techo estaba dominado por impresionantes gárgolas de yeso, ofreciendo, gracias a la poca iluminación, un aspecto poco agradable.-
Además de alto, el pasillo era excesivamente largo, con una sola puerta en la otra punta, hacia la cual se dirigieron sin que mediara ni una sola palabra.-
El lustroso picaporte se movió llenando el silencio con un agudo chillido, permitiendo abrirse a una puerta gigantesca y por demás de pesada.-
Una vez adentro de aquella habitación, los recibió la oscura figura de Henry Woodford.-
Alan tomó la palabra, y dirigiéndose hacia el sicólogo con la mano extendida en señal de amistoso agradecimiento, dijo en voz alta.-
-¡Doctor es muy grato estar en su consultorio!- a lo cual, éste le respondió con una proverbial acidez
-¡Usted no está en un consultorio!, ¿acaso ve camillas por alguna parte?-
Sin responder a la mano extendida del padre de Leonella se dirigió inmediatamente hacia ella, posó sus dos manos sobre los hombros de la niña, y acercó su cara casi hasta que sus narices se tocaron.-
Leonella no pudo disimular una pequeña sonrisa y rápidamente llevó su cabeza hacia atrás, alejándose del doctor.-
Por lo bajo, Cheryl susurró al oído de Alan -¡Leo se sonrió!-
-¡Hacía tanto que no la veíamos sonreír¡- continuó, al mismo tiempo que la miraba con una ternura infinita.-
En ese instante, el Doctor Woodford, miró a Cheryl con fastidio y le dijo con voz profunda.-
-¡Señora, su hija tiene un problema que puede ser muy serio y no creo poder arreglarlo con ustedes molestando aquí!-
Dicho esto, y sin que mediara ningún aviso, justo en ese momento, la puerta por la que habían ingresado se abrió violentamente, y apareció nuevamente la anciana, quien sin decir palabra, con un sutil movimiento de su mano derecha, les indicó el camino de salida.-
Nuevamente Alan con un notable gesto de bronca, siguió los pasos de la mujer, seguido por Cheryl quien también demostraba un marcado gesto de protesta.-
Pero, al atravesar la puerta, el asombro les ganó la partida, ya que lejos de salir al mismo pasillo, se encontraron directamente en un jardín, el cual no habían cruzado anteriormente.-
Alan miró para atrás sorprendido, la puerta era la misma, pero en lugar del pasillo, una galería de fino mármol gris les ofrecía una vista excelente hacia un cuidado jardín lleno de flores de colores exageradamente fuertes, atrás de ellos, la puerta se cerró con fuerza.-
Los dos padres miraron para atrás casi asustados por el ruido de la puerta al cerrarse y luego caminaron por esa galería admirando las flores.-
-¡Alan, te has fijado en las flores, parecen una fotografía¡- exclamó asombrada Cheryl.-
-¡Es verdad-¡ contestó el padre.-
Cuatro escalones de fino mármol blanco con una pequeña baranda de hermosas columnas todo en el mismo mármol, separaban a la galería de aquel irreal jardín donde un camino serpenteante y colmado de miles de piedras multicolores se perdía entre una frondosa vegetación que remataba el fondo del jardín.-
La mañana transcurría vertiginosamente.-
Alan y Cheryl, angustiados por la demora, no hacían más que mirar el reloj, casi sin cruzar ninguna palabra.-
El calor cercano al mediodía comenzó a sentirse.-
Algunas gotas de sudor corrieron por las mejillas del fastidiado Alan, quien impaciente rompió el silencio murmurando casi con furia.-
-¡Woodford no me gusta, hace horas que está solo con Leonella y todavía no tenemos noticias, ni que estuviera operándola!-
En ese instante, y sin que tampoco mediara aviso alguno y casi como una repuesta a la queja de Alan, apareció la avejentada dama con su impecable vestido rojo y su aún más impecable sonrisa de plástico invitándolos a pasar al consultorio del Dr. Henry Woodford.-
Dejaron la galería atrás, y entraron por la misma puerta por la cual habían salido, salvo que esta vez no entraron directamente a la habitación, sino a otro pasillo bien distinto al primero, éste era de techos más bajos y mucho más iluminado.-
Cheryl y Alan no salían de su asombro, hasta que por fin ingresaron por otra puerta al mismo lugar donde se encontraban Leonella y el supuesto psiquiatra.-
-¡Me van a volver loco con este jueguito de las puertas!- exclamó Allan por lo bajo.-
Ella estaba recostada en un amplio sillón de cuero notablemente gastado, con la mirada hacia el techo, pálida y tiesa, él estaba al lado de ella, luciendo su enorme contextura, totalmente transpirado y con la mirada desencajada.-
Alan, mirando el lamentable panorama insinuó casi al oído de su esposa
-¿Qué ha pasado aquí?-
En ese momento, un gran reloj que dominaba una pared lateral, marcó el final de la mañana, con doce estruendosas campanadas.-
Todo era silencio, el sol caía a pleno y la temperatura allí dentro, era casi insoportable.-
El Doctor miró a Cheryl y luego a Alan y sin dirigirles una palabra movió la cabeza para ambos lados, como insinuando un gesto de desaprobación, evidentemente no le había simpatizado que ellos hubieran entrado abruptamente.-
Leonella, se había sumido en un profundo sueño y su ceño fruncido, indicaba claramente que estaba pasando por una vez más, otra de sus insoportables pesadillas.-
-¡Señores!- indicó el Dr. Woodford, -¡la situación de Leonella es por demás de complicada, va a ser muy difícil saber la verdad!-
En ese instante el reloj calló sus campanadas y se hizo un gran silencio.-
Un silencio casi sepulcral.-

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